Archivos para octubre 3, 2011


Juan Simarro Fernández
Retazos del evangelio a los pobres  (XL)
¿Dónde estás, dónde te escondes, Señor?“Y ya la barca estaba en medio del mar, azotada por las olas; porque el viento era contrario”. Mateo 14:24. Texto completo en Mateo 14:22-33.
 Muchos se preguntan que dónde está el Señor en los momentos difíciles que tenemos que pasar , que dónde está el Señor en medio de la noche de los pobres del mundo, de los abandonados y proscritos de la historia, de los sufrientes de la tierra. ¿Dónde estás, Señor? ¿Dónde te escondes? ¿Acaso nos has abandonado? Pareciera que, en estos casos, quisiera resurgir el grito de Cristo en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, ¿por qué nos has abandonado, por qué has abandonado a tantos hambrientos, pobres y sufrientes de la historia?Debemos tener mucho cuidado para no culpar a Dios de los hechos realizados en el mundo por los injustos de la tierra, los que desequilibran el mundo acumulando y guardando en sus almacenes como el rico necio de la parábola bíblica que nos dejó Jesús. No obstante, el pasaje de los discípulos azotados en el mar en soledad y abandono, sin la presencia del Maestro, nos hace pensar en el sufrimiento del mundo.

 Este pasaje de los discípulos, azotados por las olas y las ondas del mar, podríamos tomarlo de forma alegórica y hacer de ello un simbolismo universal , una alegoría del sufrimiento humano, un icono de cuando el hombre se ve abandonado a las fuerzas del sufrimiento, un símbolo del sufrimiento aplicable a la tragedia del sufrimiento del mundo, del horror que tienen que vivir los hambrientos y los pobres de la tierra en su infravida.

Nos encontramos con la alegoría del mar, de las olas y de las ondas. La alegoría del viento fuerte y la alegoría de la noche, la cuarta vigilia de la noche. Las tres alegorías pueden acercarnos al sufrimiento humano, a las situaciones de emergencia, de conflicto. A las situaciones de angustia que tienen que vivir los desheredados de la tierra, la depresión y el sinvivir de los excluidos del mundo, de los robados de dignidad.

Los pobres del mundo, los sufrientes y los abatidos, los marginados y excluidos, pueden clamar con el salmista: “Todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí”. Los pobres buscan misericordia esperando en el Señor, pero, en el mundo, el trigo y la cizaña crecen juntos y hay que esperar a que el Señor separe esta cizaña del trigo para quemarla y que se produzca la auténtica liberación y la auténtica justicia. Mientras, nosotros tenemos que ser las manos y los pies del Señor intentando justicia para el mundo injusto.

 Jesús parece que no está.  Las olas nos azotan. Nos sobrecoge el temor y la angustia, el hambre, la escasez de agua potable, la falta de medicinas… Situaciones terribles en donde parece que el Señor se ha escondido, nos ha abandonado. La alegoría del viento fuerte que nos zarandea. El viento nos es contrario. Hay injusticias, opresiones, despojos, acumulaciones injustas… El hombre azotado y llevado de un lado a otro, a la deriva, ante la mirada insolidaria de los que llenan sus graneros inmisericordemente. Muchos azotados, sin dirección, por vientos agresivos.

Vidas que se derrumban y que se quedan en la infravida, en el no ser de la marginación, por el azote de los vientos de maldad o de injusticia… y la noche. La cuarta vigilia de la noche de los pobres de la tierra. El reino de las sombras, el “valle de sombras de muerte”, como dice el salmista. No es solamente “la noche oscura del alma” de los místicos, sino la noche oscura también del debilitamiento de los cuerpos, de la falta de capacitación, de lo mínimo imprescindible para vivir con dignidad. “Por la noche durará el lloro”, dice el salmista. La alegoría de la noche oscura como una amenaza de desastre y depresión.

 ¿Quién es suficientemente fuerte para hacer frente él sólo a las fuerzas de estos vientos y de esta noche oscura, de estas ondas y olas de la injusticia y del mal?  La frágil barca de la vida no puede resistir a los embates de los injustos…. Mientras, parece que Dios está retirado y como ajeno a la tragedia del hombre. ¿Dónde está Dios en estos momentos de sufrimiento? ¿Por qué deja Dios avanzar a tantos hombres hasta la cuarta vigilia de la noche del sufrimiento humano? ¿Por qué no abate y destruye Dios a los injustos y opresores de más de media humanidad?

El sufrimiento humano es un misterio difícil de comprender. Así pueden pasar años, siglos… como si la esperanza ya no pudiera resistir. Momentos cruciales. Nadie vendrá. Dios nos ha dejado. Nadie nos ayuda. Nadie nos quiere. Nadie nos puede tender una mano. Es el momento de tensión, de hambre, de sufrimiento, de soledad. Es entonces, cuando todos nos miran como sobrante humano, como despojo innecesario, cuando el Señor aparece. Y si le preguntamos, es posible que su respuesta nos vuelva a sumir en el misterio: “Bástate mi gracia. Mi poder se perfecciona en la debilidad”.

 Jesús se acerca en medio de la vigilia de la noche, del sufrimiento, de la tragedia, andando sobre las aguas, sobre las olas y las ondas de nuestro sufrimiento y nos llama para que nosotros también andemos sobre esas aguas.  El problema es, cuando en medio del dolor y del sufrimiento, podemos confundir al Señor con un fantasma, como ocurrió a los discípulos en medio de su sufrimiento en medio de las olas y las ondas encrespadas.

Dios no está ausente, no se ha escondido, no se ha ocultado. Está ahí andando sobre los elementos que nos azotan… sufriendo con nosotros. Mientras, nos pide que, en fe, andemos por las aguas. ¿Quiénes podrán andar sobre las aguas para ser manos tendidas de ayuda, para vencer a los elementos injustos y asesinos de la vida de los que están en el no ser de la marginación, la pobreza y el hambre?

 Atrévete a andar sobre las aguas. Conviértete en enemigo de las tinieblas, de la noche oscura. Trabaja en el “todavía no” del reino en el que estamos hasta que llegue la guadaña que corte la cizaña.  Sé portador de los valores del Reino y las manos y los pies del Señor que se mueven en medio de las olas y las sombras del sufrimiento. Dios no nos ha dejado. Camina delante de nosotros por las encrespadas olas del sufrimiento humano y, cuando le seguimos y nos convertimos en manos sanadoras y diacónicas en ayuda del prójimo sufriente nos dice: “Por mí lo hicisteis”. Es entonces cuando podremos romper a llorar de gozo.

Autores: Juan Simarro Fernández

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César Vidal Manzanares
La Reforma indispensable (20)
Lutero y la disputa sobre las indulgencias
Posiblemente, Lutero no hubiera intervenido por sí mismo en la cuestión de las indulgencias.
Pero surgió que hubo personas que se le acercaron a pedirle consejo pastoral sobre el tema, o que le refirieron los supuestos beneficios espirituales derivados de la compra de indulgencias. Lutero consideró que semejante conducta era indigna y decidió comunicarlo junto con un escrito privado y muy respetuoso a su obispo, el prelado de Brandeburgo, y a Alberto de Maguncia que era el responsable de aquella campaña concreta de venta de indulgencias.

Al mediodía de la víspera de Todos los Santos, Lutero, acompañado de un tal Agrícola, cruzó la ciudad y llegó hasta la Schlosskirche.

Subió entonces las escaleras y  fijó el texto de las tesis. Semejante acción, lejos de ser rebelde o revolucionaria, implicaba meramente seguir el uso propio de los profesores universitarios, es decir, redactar un conjunto de tesis que podían ser discutidas con diversos argumentos a favor o negadas con otros en contra. Así iba a nacer la controversia de las noventa y cinco tesis.

Para el lector no acostumbrado, el contenido de las  Noventa y cinco tesis  resulta programático, escueto, incluso seco. La realidad es que resulta explicable esa impresión porque no se trataba sino de una enumeración de posiciones teológicas que se sometían a la discusión. Sólo cuando se tiene en cuenta el carácter de mero enunciado puede comprenderse la naturaleza del texto y enjuiciar adecuadamente las reacciones posteriores.

En su conjunto, como veremos la próxima semana , las 95 Tesis eran un escrito profundamente católico e impregnado de una encomiable preocupación por el pueblo de Dios  y la imagen que éste pudiera tener de la jerarquía.

Además, en buena medida,  lo expuesto por Lutero ya había sido señalado por autores anteriores  e incluso cabe decir que con mayor virulencia.

Sin embargo, el monje agustino no supo captar que la coyuntura no podía ser humanamente más desfavorable. Por desgracia, ni el papa ni los obispos eran tan desinteresados como él parecía creer y, desde luego, en aquellos momentos necesitaban dinero con una urgencia mayor de la que les impulsaba a cubrir su labor pastoral.

Quizá de no haber sido ésa la situación, de no haber requerido el papa sumas tan cuantiosas para concluir la construcción de la basílica de san Pedro en Roma, de no haber necesitado Alberto de Brandeburgo tanto dinero para pagar la dispensa papal, la respuesta, de haberse dado, hubiera resultado comedida y todo hubiera quedado en un mero intercambio de opiniones teológicas que en nada afectaban al edificio eclesial.

Sin embargo, las cosas discurrieron de una manera muy diferente. Pero antes de ver sus consecuencias, la semana que viene analizaremos “Las 95 tesis de Lutero”.

Autores: César Vidal Manzanares

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Ben Sternke

What emotions are you feeling as you see this painting? / ¿Que sientes al ver esta pintura?

My friend Caleb posted this painting on his blog a week or two ago and I can’t get it out of my head.

My amigo Caleb puso esta pintura en su blog hace una o dos semanas y no lo puedo quitar de mi cabeza

Ben Sternke

http://bensternke.com


Photo: Garnet Lake

Foto: Garnet Lake

Un portafolio de Peter Essick rinde homenaje a Ansel Adams y el escarpado desierto de California que lleva su nombre. Aquí,  a finales del verano una nube de tormentas  sobre el lago Garnet.

http://ngm.nationalgeographic.com

El reino de Dios y las tribus urbanas

Publicado: octubre 3, 2011 en Sociedad

Félix Ortiz
 El reino de Dios y las tribus urbanas EL REINO, LA TRIBU DE LAS TRIBUS Las tribus urbanas son una muestra de la variedad que caracteriza al mundo postmoderno. La postmodernidad valora la diversidad y, en este punto, coincide con Dios, el diseñador y autor de toda la variedad que nos rodea en la creación y en el mundo espiritual. El Reino de Dios no anula y uniformiza las tribus o subculturas, antes bien, las redime y santifica con el evangelio, ya que el Reino se convierte en la tribu que acoge a todas las tribus, la tribu de tribus. 

 UN MUNDO DIVERSO

Vivimos en un mundo increíblemente diverso. La variedad y la pluralidad están a nuestro alrededor miremos donde miremos. La explosión de formas diferentes se da en la flora, la fauna, los innumerables paisajes de nuestro planeta y, en nosotros mismos los seres humanos.

La humanidad está compuesta por diferentes razas. Todos los seres humanos tenemos diversos aspectos y somos diferentes, no únicamente en lo físico, sino también en lo emocional. Lo normal es la diversidad y la diferencia, lo sorprendente es la similitud. Ante tanta variedad nos sentimos verdaderamente sorprendidos cuando encontramos dos personas parecidas en lo físico y en el carácter. Incluso afirmamos con cierta frecuencia ¡Qué diferentes pueden llegar a ser personas que pertenecen a la misma familia! ¡Nadie diría que son hermanos!.

De hecho, la creación de Dios es un auténtico canto a la diversidad. No debemos perder de vista que tanta diferencia forma parte del diseño original de Dios. Existe diversidad porque así, premeditadamente, el Señor lo quiso. De hecho, afirmaríamos que la uniformidad es antinatural, que es evidente que no forma parte del diseño primitivo de Dios y, que no sería osado afirmar que es el pecado la causa de esta tendencia tan humana y tan poco divina hacia la uniformidad, todos iguales, todos pensando lo mismo, sintiendo lo mismo.

No únicamente en el ámbito de la creación se manifiesta la diversidad, también se da en el ámbito de lo espiritual. De nuevo vemos que la variedad forma parte del diseño original de Dios. Afirma la Escritura que el Señor nos ha hecho un solo cuerpo ¡Cierto! Pero también indica que ha establecido diversidad de dones, diversidad de ministerios y diversidad de funciones. La unidad de Dios nunca mata la diversidad, antes al contrario, la remarca, la pone de manifiesto, la potencia. Romanos 12, 1 Corintios 12 y Efesios 4 son buenos ejemplos.

Pablo, escribiendo a las comunidades cristianas que se reunían en la ciudad de Corinto afirma que esta diversidad, de la que hablábamos anteriormente, es así porque el propio Espíritu Santo lo ha querido de esta manera. Es Él quien ha llamado a la gente y, según las palabras del apóstol, ha distribuido los dones según a Él le ha placido, le ha dado la gana.

 FAMILIA, SACERDOCIO, NACIÓN Y PUEBLO

Otro apóstol, en este caso Pedro, escribiendo a las comunidades cristianas afirma, Pero vosotros sois una familia escogida, un sacerdocio al servicio del Rey, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios, destinado a anunciar las obras maravillosas de Dios, que os llamó a salir de la oscuridad y entrar en su luz maravillosa (1 Pedro 2:9)

La primera parte de este versículo describe lo que somos. Déjame que llame tu atención sobre la palabra nación. En el original griego el vocablo que se utiliza es etné, que nosotros traducimos en castellano como etnia. Una etnia es una comunidad humana que es definida por afinidades de diverso tipo, pueden ser raciales, culturales, lingüísticas, religiosas y un largo etcétera.

Pedro está afirmando que nos hemos convertido en una nueva etnia o tribu. Una etnia muy especial, formada, tal y como dice la Biblia por gentes de todo tipo de etnias. El Reino de Dios se convierte en la etnia de las etnias. La tribu en la que todas las tribus tienen cabida. Eso si, se trata de una tribu muy, pero que muy singular.

Esta nueva etnia no nos uniforma, recordemos que la uniformidad es ajena a la creación de Dios, antes bien potencia nuestra diversidad y la celebra como parte del diseño de Dios. En el Reino somos diversos en uno. Del mismo modo que una familia es diversa, todos nosotros somos hermanos diferentes de la gran familia de la cual Jesús es el hermano mayor.

La segunda parte del versículo describe a lo que somos llamados. Destinados a cantar, proclamar, anunciar, dar a conocer las grandezas del Dios que nos llamó. Ahora bien, ¿Qué significa esto en la práctica?

En Mateo 28:18-20 encontramos el pasaje que es bien conocido como la Gran Comisión. La palabra que aparece en el original griego es, nuevamente, etné. Somos llamados a hacer discípulos en todas las etnias. Nuestras Biblias lo han traducido como naciones y, al así hacerlo, han hecho confuso el sentido del versículo ya que parece que la Gran Comisión tenga un enfoque geográfico –naciones- en vez de tenerlo cultural o sociológico –etnias-.

Si leemos la Gran Comisión con su sentido original, etnias, y recordamos como habíamos definido las etnias, el mandamiento de Jesús cobra una nueva dimensión. Somos llamados a hacer discípulos, no necesariamente en un grupo racial o nacional, sino en las etnias o tribus que pueblan nuestros países. Somos llamados a llevar a cabo la misión, no únicamente a países, sino también a todas las subculturas dentro de nuestra cultura, es decir, a todas las etnias, a todas las tribus. La Gran Comisión adquiere en el mundo postmoderno una dimensión social y cultural, mientras que en el mundo moderno tenía una dimensión geográfica.

No estamos diciendo nada que no estuviera ya presente en la Biblia. El apóstol Pablo lo indica con total claridad cuando escribiendo a los Corintios manifiesta que se hace gentil para ganar a los gentiles y judío para ganar a los judíos. Me hago, afirma, como uno de ellos para ganarlos para la causa de Cristo (1 Corintios 9:20).

La lectura contemporánea de este pasaje sería, para ganar a los raperos, surferos, rastafaris, emos, okupas, maquineros, rockeros, internautas, montañeros, etc., etc. Me hago uno de ellos. Siempre, eso si, sin comprometer los principios y valores del evangelio que, hemos de afirmar de forma tajante, no es lo mismo que los principios y valores de la cultura evangélica. No confundamos el evangelio con los evangélicos.

Dios no quiere destruir las culturas de las tribus o etnias para imponer una cultura evangélica, tradicional y uniforme. Él desea transformar, redimir y santificar esas culturas. El evangelio debe encontrar la manera de hacerlo y de expresarse en medio de ellas. Piénsalo, eres llamado a ser un misionero enviado a tu etnia particular, a tu tribu, a tu entorno, a tu ambiente.

 JESÚS SE HIZO UNO DE NUESTRA TRIBU

Juan 20:21 reflejan unas palabras importantes de Jesús, Como el Padre me envió, así yo os envío a vosotros. Jesús es nuestro ejemplo de cómo debe ser nuestro comportamiento hacia las etnias y su deseo de redimirlas con el evangelio.

El mismo evangelio de Juan, en el capítulo 1 versículo 14 nos indica, que Jesús se hizo ser humano y vivió en medio nuestro. Literalmente el griego afirma que plantó su tienda de campaña en medio de nuestro campamento. La encarnación es el modelo a seguir para poder plantar el evangelio y hacer discípulos en todas las etnias. Recordemos de nuevo las palabras de Pablo, él entendió perfectamente el concepto, hacerse como uno de ellos.

De la encarnación de Jesús podemos sacar tres principios –no métodos- de trabajo.

El primer principio es  la presencia . Vivió en medio nuestro y como uno de nosotros. Era conocido como Jesús, el de Nazaret, el hijo de José y de María. Antes de comenzar su ministerio público se empapó y vivió a fondo la cultura de su etnia durante 30 años. Fue un judío hasta la médula, amante de su nación, respetuoso con sus costumbres, participante de la vida cultural, religiosa y festiva de su propia gente.

El segundo principio es  la identificación . Jesús se hizo como tú y como yo. Su humanidad fue real, no fue un mero disfraz, no fue una pretensión de ser humano. A excepción del pecado, vivió y experimentó todo aquello que un ser humano puede vivir y experimentar, incluyendo la más humana de todas las experiencias, la muerte. Se despojó totalmente de su divinidad, tal y como indica Filipenses capítulo 2, y en su condición de total y absoluta humanidad se humilló hasta identificarse con los más bajos y más miserables de todos, los cobradores de impuestos y los pecadores.

El tercer principio es  dar a conocer a Dios . Juan, en su evangelio, en el capítulo primero, nos indica que nunca nadie ha visto a Dios, sin embargo, Jesús, su hijo, nos lo ha dado a conocer. Jesús nos habló y nos dio a conocer a Dios de una manera que era relevante para nosotros, de una forma que pudiéramos entenderlo. Jesús nos muestra cómo es Dios y con su vida hace creíble el compromiso de amor que Dios tiene hacia nosotros.

¿Cómo somos enviados nosotros? Nosotros, que formamos parte de la etnia que acoge a todas las etnias, somos enviados como Jesús lo fue, a hacer discípulos en todas las otras etnias. No para uniformarlas, antes bien, para redimirlas con el evangelio. No para hacerlas evangélicas, sino para que el evangelio se exprese a través de ellas.

Como Cristo plantó su tienda en medio de su etnia, del mismo modo debemos plantar nuestras tiendas en medio de las etnias de nuestra sociedad.

La encarnación, ser como uno de ellos, es nuestro modelo de misión a las etnias de nuestras sociedades. Identificándonos con ellas, teniendo presencia en medio de ellas y dando a conocer a Dios de manera que sea relevante para esa etnia, es decir, usando sus símbolos y códigos de comunicación

Autores: Félix Ortiz Fernández

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Manfred Svensson
¿Qué dirían C. S. Lewis y Dietrich Bonhoeffer sobre la actual crisis educacional
chilena? La respuesta esmuy simple: no sé. No tengo la menor idea de lo que dirían, y especular siempre puede tornarse en una peligrosa manipulación de los autores. Ambos fueron hombres preocupados por la educación, desde luego, pero estaban en un contexto distinto al nuestro. Piénsese en el siguiente ejemplo: Lewis escribió en una ocasión que la expresión “educación democrática” es riesgosa por ambivalente: tal frase podía implicar “educación que le gusta a los demócratas”, o “educación que contribuye a fortalecer la democracia”. Estas dos cosas pueden no ser idénticas, ya que puede haber cierto sentimiento democrático que promueva un tipo de educación en realidad nociva para la democracia. La pérdida de autoridad de los maestros, por ejemplo, puede ser acorde a un gusto democrático, pero puede debilitar a la democracia. Este tipo de reflexiones pueden tener elementos sumamente actuales, y creo que vale la pena tenerlas presentes en medio de nuestra discusión. Pero en el mismo artículo que Lewis escribe esto, escribe de modo sumamente restrictivo sobre el acceso a la educación superior. La Universidad no es para todos, declara a los cuatro vientos. ¿Cómo pudo escribir algo así? Muy sencillo: para la gente que no tiene vocación universitaria, escribe Lewis, hay decenas de trabajos donde van a ser más felices, y son trabajos mejor pagados. ¿Mejor pagados? En esto por supuesto hay una gran diferencia entre Inglaterra en 1944 y Chile en 2011, y es esa diferencia la que nos debe llevar a buscar orientación en estos autores, pero sin esperar de ellos soluciones directamente aplicables a nuestra situación.

Cambio entonces la pregunta. No “¿qué dirían C. S. Lewis y Dietrich Bonhoeffer sobre la actual crisis educacional?”, sino “¿en qué medida nos pueden servir como modelos de vida universitaria?” Partamos por mencionar que ambos tienen en esto una trayectoria opuesta. Lewis no venía de un hogar académico. Su padre era un abogado, y nada podía estar más lejos de él que el tipo de intereses que desde temprano cultivó su hijo. Sin embargo, era un hombre capaz de reconocer lo que había en este hijo: tras conocer a C. S. Lewis, uno de sus tutores le dijo al padre que su hijo “o llegará a ser un académico, o no llegará a ser nada” –y el padre dispuso todo para que llegara a ser un académico, como en efecto ocurrió. De hecho, se puede decir que por toda su vida Lewis virtualmente no se movió de la universidad. Resulta casi cómico que el mayor traslado geográfico de su vida haya sido el cambio, tarde en su vida, de Oxford a Cambridge. Menciono esto porque conocemos a Lewis como un autor de libros populares, en parte como autor de literatura infantil; pero si queremos entenderlo debemos partir por recordar que era un hombre de universidad, un académico dedicado principalmente a la literatura inglesa medieval y renacentista, un campo de estudio tan poco popular que Cambridge tuvo que crear la cátedra respectiva para él, pues simplemente no existía.
Algo similar en cuanto a su condición de hombre universitario se podría decir de Bonhoeffer, pero de un modo inverso. Él venía, al revés de Lewis, de una familia 100% académica. Su bisabuelo Karl August von Hase había sido uno de los grandes teólogos alemanes del siglo XIX, y su padre tenía la principal cátedra de psiquiatría de Alemania al empezar el siglo XX. Y la vida universitaria fue también un camino de vida que también él estuvo muy cerca de seguir. Se doctoró, se habilitó, y comenzó su docencia en la facultad de teología de Berlín…..en 1932, un año antes de que el ascenso de Hitler al poder diera un rumbo muy distinto a su vida. En marcado contraste con Lewis, en efecto, su vida como académico duró menos de dos años. Desde 1934 hasta su muerte en 1945 Bonhoeffer no volvió a poner un pie en la universidad.
De modo que, en lo que se refiere a los acontecimientos externos, parece que Bonhoeffer y Lewis siguen una trayectoria opuesta: uno viene desde el mundo a la universidad, otro va de la universidad al mundo. Pero las cosas no son tan sencillas. Ambos tienen un muy decisivo elemento en común, y es el hecho de que llegaron a la universidad sin ser creyentes, y la experiencia académica desempeñó un papel decisivo en su camino hacia la fe. El caso de Lewis es mucho más conocido en este sentido, ya que no sólo llegó a la universidad de un modo indiferente, sino decididamente ateo. Su camino desde ahí hacia el cristianismo lo describe en Sorprendido por la alegría, y es un camino sumamente ligado a su vida universitaria. Como lo pone en una parte de dicha obra: “si alguien quiere seguir siendo ateo, tendrá que ser muy cuidadoso con qué libros decide leer”. La lectura de libros “inapropiados” puede dar inicio a una búsqueda cuyo término nadie conoce de antemano.
La historia de Bonhoeffer es en este punto menos conocida porque es menos dramática. No era ateo al empezar sus estudios, pero tampoco se habría entendido a sí mismo como creyente. Era de una tradición del protestantismo liberal con fuertes acentos éticos, pero no mucha preocupación doctrinal. Lo llamativo es que sin ser creyente, optara por el estudio de la teología. A nosotros esto nos suena desde luego inconcebible: la teología es algo que ni siquiera los creyentes hoy en día estudian; que alguien, sin ser creyente, llegue a estudiarla, es algo que nos sorprende. Son cosas que ocurren en lugares exóticos como Alemania. Aunque los motivos que lo llevaron a ello no están del todo claros, sí se puede afirmar que él es alguien que no llegó del cristianismo a la teología, sino a través de la teología al cristianismo. Por lo mismo, su primer interés por la teología, incluyendo los primeros años de estudio, no es primordialmente el interés de un creyente, sino de un carácter más general, de formación cultural, filosófica, el interés de alguien que anda tras una “visión de mundo”. Busca una cosmovisión, algo que diera unidad a su pensamiento en lugar de un montón de juicios oportunistas sobre lo que nos agrada o desagrada. Quince años más tarde escribiría desde la cárcel que “para la mayoría de las personas la situación actual sería un conjunto de cuestiones que existen una al lado de la otra, sin estar relacionadas; para el cristiano y para el esto es imposible: él no se deja escindir ni destrozar”. Pero esa posición desde la que uno aprende a ver la relación entre los problemas es algo que él todavía no tenía al entrar a la universidad. No era todavía cabalmente educado, y no era cristiano. Al describir retrospectivamente sus primeros pasos en este mundo, Bonhoeffer dice que “aún no me había hecho cristiano, sino que era, de modo salvaje, indómito, mi propio señor”. Los testimonios de sus posteriores alumnos dan cuenta de lo que alcanzó a significar para ellos en su breve periodo como profesor, tras dejar de ser su propio señor. No sólo ofrecía a sus alumnos lo que académicamente esperaban, sino que estaba activamente dedicado a discipularlos. Esto incluye el hecho de que cambiara su residencia al barrio en el que la mayoría de ellos estaba, y que en dicha residencia no hubiera “horario de oficina”, sino que se transformara en un lugar de constante atención de sus discípulos-alumnos. Además, estaba dedicado a integrar a sus alumnos en una vida cultural más amplia. Provenía de una familia sumamente musical, y con frecuencia llevaba a sus alumnos a cada de sus propios padres para que participaran ahí de las veladas musicales de los Bonhoeffer. Ahora bien, no hay que imaginar nada de patetismo sentimental en esto. Desde su cátedra Bonhoeffer podía hacer llamados a la conversión más claros que los que se escuchaba desde los púlpitos, y sin embargo su estilo era descrito por sus alumnos como “concentrado, poco sentimental, casi carente de pasión, sumamente claro, con frialdad racional, casi de reportero”. Tal vez no sea de extrañar que aunque él veía en la predicación el centro de su llamado, sus prédicas siempre fueron muy poco atendidas, en contraste con las lecciones que daba en la universidad. Estamos, pues, ante una mezcla de cercanía y distancia, una distancia conscientemente buscada por Bonhoeffer para que nadie corriera el riesgo de seguir su propio liderazgo carismático, sino que se preocuparan de la verdad misma de las cuestiones tratadas.
Pero como hemos visto, no pudo permanecer en la universidad. Y aquí puede ser conveniente recordar que la educación fue uno de los grandes puntos de lucha entre las iglesias y el régimen nacionalsocialista. “La juventud nos pertenece, y no se la entregaremos a nadie” diría ya en 1935 Goebbels, el ministro de propaganda del régimen. En efecto, uno de los campos en los que se llevaría a cabo más abiertamente el enfrentamiento con el cristianismo es en la batalla por el control de la educación. Tal lucha se desarrolló de distintas formas: en algunos casos se eliminaría las escasas escuelas confesionales existentes, en otros casos se eliminaría la asignatura de religión en los colegios públicos, en otros se mantendría, pero cambiando su contenido por “cristianismo positivo”, en otros, finalmente, la asignatura sería cambiada por una asignatura de “educación para la vida”. Al reparar en esto conviene notar la prudencia con que Bonhoeffer se detiene a evaluar la situación. La universidad de Berlín, como las restantes, se encontró rápidamente en manos de los nazis. Uno podría imaginar a Bonhoeffer dejándola con rapidez, pero lo que ocurre es lo contrario. La deja en un momento, porque deja Alemania para retrotraerse a Londres. Pero su correspondencia con las autoridades eclesiásticas y universitarias desde Londres revela que buscó todos los mecanismos para no cortar su relación con la universidad y mantener eventualmente abierta la puerta. Su primera actitud es, pues, la de no dar campos por perdidos con demasiada rapidez, ni siquiera bajo el gobierno nazi. Sin embargo, es igualmente llamativa la disposición a sí dejarlos de lado cuando la circunstancia lo requiere, aunque se tratara del campo en que su familia había desempeñado por más de cien años una importantísima labor. En efecto, en 1934 Bonhoeffer escribe a un amigo suizo que “ya no creo en la universidad”. Con eso quedó abierta la puerta a su posterior participación en la formación clandestina de pastores.
Pero volvamos entonces a Lewis. Él se encontraba desde luego en una situación muy distinta. No que le faltara contacto con lo que llaman la “vida real”. Había peleado en la Primera Guerra Mundial y salido herido. A la segunda no fue llamado, y así es como permaneció en la universidad. Pero su país estaba en guerra, y eso ha dejado huella en numerosos escritos de Lewis. Lo más interesante para nuestro tema, es un escrito de octubre de 1939, es decir, un mes después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Significativamente, se trata de un sermón. Uno de los pastores de Oxford consideró apropiado invitar a Lewis a predicar, dado que un académico que a la vez hubiera estado en la guerra, y que estuviera nutrido de milenaria sabiduría, podría ayudar a los jóvenes a poner las cosas en perspectiva adecuada en un momento tan crítico como el comienzo del conflicto. El texto fue publicado con el título “El estudio en tiempos de guerra”, y el punto de partida de Lewis en este texto es la inquietud que por entonces podía tener cualquier universitario inglés: la pregunta es cómo puede resultar justificable que alguien esté estudiando, incluso que esté estudiando humanidades clásicas, cuando sus compañeros de generación se dirigen al continente a dar la vida en la lucha contra el nacionalsocialismo.
¿Cómo se puede dedicar la vida a cosas como la ciencia, el arte, las lenguas, la filosofía, cuando el mundo está al borde de la guerra o derechamente en ella? Lewis parte su discurso afirmando que la pregunta es correcta, que no es exagerada. En rigor, lo que afirma es que hay una pregunta más grave aún, que podría amenazar de modo más decisivo y constante la legitimidad de la actividad académica: ¿cómo dedicarse a estas cosas si la humanidad está no sólo a las puertas de tal o cual guerra, sino a las puertas del infierno? Si es posible el cultivo de la cultura bajo las condiciones de algo eternamente decisivo, ciertamente lo será también bajo condiciones de guerra o de cualquier otra desgracia o escasez. Por tanto, hay que sacarse de la mente la idea de que el cultivo de las ciencias sea algo propio de situaciones normales, seguras. Tales situaciones simplemente no existen, pero los seres humanos, escribe Lewis, proponen “teoremas matemáticos en ciudades sitiadas, desarrollan argumentos metafísicos en celdas de condenados”. Simplemente está en la naturaleza humana el buscar tal tipo de conocimiento. Lewis reconoce, por supuesto, que tales actividades tienen que pasar por un test, que es el de realizarse para gloria de Dios. Pero es importante notar cómo concibe eso Lewis. Pues si bien escribe que todo tiene que ser puesto al servicio de Dios, no se trata necesariamente de que el servidor –nosotros- siempre tenga claro cómo es que esto sirve a Dios. El buscar el hacer todo para gloria de Dios pasa a veces por reconocer que no sabemos cómo es que tal o cual cosa sirve a Dios. En el caso de la actividad académica, nuestro servicio se da por tanto buscando la verdad propia de cada disciplina, aunque muchas veces no veamos de modo inmediato cómo es que esa verdad se conecta con el origen de toda verdad. Tal vez sea a otros, escribe Lewis, que esté reservado el ver cómo tal o cual punto que hemos descubierto sirve a la gloria de Dios.
Así, podríamos decir que Lewis está afirmando que, como las restantes actividades humanas, la vida universitaria es algo lícito, y que incluso más que lícito puede ser algo bueno, muy bueno, aunque no siempre veamos cómo es que lo es. Pero notemos al mismo tiempo que ha llegado a eso por una vía muy cautelosa respecto de eventuales sobrevaloraciones de la vida académica. La razón es que él mismo había padecido ese tipo de sobrevaloración. En una edad temprana, hasta antes de su conversión, siempre imaginó que el mundo de la alta cultura era equivalente a la perfección espiritual del hombre. “Rechazo de plano –escribe tras la conversión- una idea que habita en la mente de algunas personas modernas, esto es, que las actividades culturales sean por sí mismas algo espiritual y meritorio –como si los académicos y los poetas fuesen intrínsecamente más agradables a Dios que un lustrabotas”. Su defensa de la vida universitaria, es una defensa sumamente consciente de ese riesgo.
Ahora bien, puede ocurrir que entonces pensemos en la vida académica como algo ni tan bueno ni tan malo, como algo aceptable pero relativamente indiferente. Pero también eso sería una manera inexacta de plantear la cuestión. Pues puede llegar a tratarse de algo no sólo lícito, no sólo grato, sino de un deber. Porque, al menos fuera del cristianismo, la vida intelectual seguirá existiendo. Seguirán circulando concepciones rivales sobre el hombre y el mundo. Y bajo tales condiciones, si alguien tiene la capacidad y el llamado a la vida universitaria, será un traidor –literalmente- si opta por conformarse con ser “ignorante y simple”: habrá dejado caer las armas y habrá traicionado a sus hermanos más débiles. En este contexto Lewis escribe que “una filosofía buena debe existir, al menos, para dar respuesta a las filosofías malas”. Esto, sin embargo, no debe ser entendido como una restricción del saber a tareas puramente combativas o apologéticas. Por el contrario, la respuesta a las malas filosofías consiste precisamente en abrir la mente a un interés por la realidad completa. Así, Lewis escribe ahí mismo que tal vez lo que más necesitamos es un profundo conocimiento del pasado. No porque el pasado sea mejor o mágico, sino para tener algo con lo cual contrastar el presente. “Un hombre que ha viajado mucho, está menos expuesto a los errores de su pequeña aldea. Asimismo, un buen académico ha vivido en muchas épocas y en ese sentido puede ser más inmune a las cataratas de tonterías que corren por la prensa de su propia época”. Es por ese tipo de viaje que como profesor de literatura medieval y renacentista busca guiar a sus alumnos.
Pero volvamos para cerrar a Bonhoeffer. Lo dejamos diciendo que ya no creía en la universidad. Pero eso no es idéntico con dejar de pensar en la universidad. En sus últimos años, cuando ya tenía prohibido predicar, vuelve en su Ética sobre estos aspectos de la vida humana, y la mayor intensidad del conflicto con el nazismo hace que Bonhoeffer vuelva ahora sobre la universidad no para pensar como al comienzo de su carrera en aspectos puntuales de política universitaria, sino de un modo más hondo sobre la relación entre las disciplinas, sobre la pretensión de autonomía de las mismas, y sobre el modo en que las ciencias deban o no servir al hombre. En particular respecto de este último punto, vale la pena notar que Bonhoeffer da la respuesta opuesta a la que muchos imaginarían. En efecto, cuando pensamos en regímenes totalitarios, tendemos a pensar que una de sus características sería el tratar el mundo del saber de un modo que no sirve al hombre; tendemos a describirlos de modo tal que resalta el modo en que tratan la ciencia en servicio propio, degradándola en ideología, y pensamos así que lo contrario sería ponerla al servicio de todos los hombres. Pero Bonhoeffer es más bien escéptico respecto de este llamado a poner la ciencia al servicio del hombre. Con eso, cree, no se ha roto de modo suficiente con los que la están poniendo al servicio sólo de unos pocos hombres. “Cuando por motivos demagógicos, pedagógicos o moralistas se comete la falsedad de volver una ciencia directamente útil para el hombre –escribe en la Ética-, ahí se corrompe tanto al hombre como a la ciencia”. Nótese que aquí el utilitarismo “demagógico” no es el único en ser rechazado, sino que el mismo trato recibe un “utilitarismo pedagógico”. Es toda la idea de buscar la ciencia primordialmente por su utilidad la que está cuestionando. ¿Significa eso que la ciencia no debe ser de modo alguno útil al hombre? Creo que la clave en la frase anterior está en la palabra “directamente”. La ciencia puede sernos útil, pero Bonhoeffer está diciendo que eso debe ser buscado por otra vía, indirecta. Y lo indirecto consiste aquí en no partir por poner algo al servicio nuestro, sino partir por ponernos nosotros al servicio de la ciencia. Si ocurre eso, escribe, si servimos a la “búsqueda de la verdad, ahí, en la renuncia a los propios deseos, nos volveremos a encontrar a nosotros mismos, y aquello a lo que servimos de modo desinteresado acabará también sirviéndonos”.
Éstas son palabras notoriamente concordantes con el modo en que Lewis ha abordado el lugar del saber en tiempos de crisis. Creo que podemos resumir esa posición que tienen en común diciendo, en primer lugar, que ambos tienen mucho cuidado de no idolatrar la vida universitaria. Son hombres que aman la educación, pero por cuyas bocas y mentes no cruza la idea de que la educación lo es todo. Bonhoeffer da testimonio de esto con el sencillo hecho de renunciar de por vida a lo que en un comienzo parecía una promisoria carrera académica; Lewis, en cambio, da testimonio de lo mismo permaneciendo dentro de la universidad, enseñando desde ahí cuál es el lugar del saber en la vida humana. Pero en segundo lugar, creo que el principal complemento de este rechazo a la idolatría por la educación, es que ambos autores están igualmente en guardia contra una valorización puramente instrumental del saber. La alternativa que ofrecen a los que idolatran la educación, como hemos visto, no es la afirmación de “que la ciencia debe servir al hombre”. Bajar a la ciencia del pedestal que la convierte en signo de superioridad o camino de salvación es compatible con seguir viendo la búsqueda de la verdad como algo que vale la pena perseguir como un fin en sí mismo, aunque no sepamos cómo y cuándo esto servirá a los hombres, aunque no sepamos exactamente cómo es que precisamente esto que estudio ahora da gloria a Dios.

Sobre el autor:

Manfred Svensson es chileno, Doctor en Filosofía por la Universidad de München, profesor de Filosofía Medieval en la Universidad de los Andes. Se dedica sobre todo a los «límites» de la filosofía medieval, su comienzo en Agustín, su fin en el siglo XVI o XVII, donde le interesan autores como Melanchthon, y Locke en el siglo siguiente -en pocas palabras: todo el problema de continuidad y descontinuidad entre mundo medieval-Reforma-modernidad. Fuera de la Universidad se dedica sobre todo a escribir trabajos de difusión y formación general para las iglesias evangélicas.
Sitio web de Manfred: Manfred Svensson